SEGUIDORES

domingo, 24 de octubre de 2010

¿ QUIEN LE TEME AL CENSO?



(*) Walter Goobar

Pese a la psicosis y los mitos urbanos que pretenden instalar algunos medios de comunicación, el 27 de octubre próximo más de 650 mil censistas recorrerán la Argentina para concretar un sondeo que será determinante para planificar la vida de los argentinos durante la próxima década. El censo es necesario. Lo es para poder acceder al nuevo mapa demográfico, económico y social de los habitantes y, sobre la base de esto, poder implementar políticas sociales en áreas como: educación, salud, trabajo, familia, vivienda y transporte.

En las últimas semanas, algunos medios de comunicación trataron de instalar una campaña de desobediencia civil al censo agitando el fantasma de la inseguridad y los cuestionamientos a la fiabilidad del Indec.

Aplicando las técnicas de la creación y diseminación de mitos urbanos, el diario La Nación especuló sobre la posibilidad de que un elevado número de personas decida no abrir la puerta de su domicilio al censista, sea por desconfianza hacia el INDEC o por temor a ser víctimas de un delito. Como fuente de dicha información, el matutino exhibió los resultados de una encuesta online y mencionó el caso de un grupo de Facebook que sumaba escasos 3.500 adherentes bajo el lema “Censo Nacional 2010: no le abras”.

Por su parte Clarín, ya en el mes de julio, publicó noticias que informaban sobre la falta de preparación que tiene el instituto estadístico para afrontar el registro poblacional. Para esto hizo referencia a la opinión de expertos y a las fallas técnicas en el armado de las encuestas.

La operación contra el censo tiene matices parecidos a aquella montada durante los actos del Bicentenario. En aquella oportunidad tampoco se escatimaron rumores, mitos, miedos, paranoia y prejuicios para boicotear ese maravilloso festejo popular.

En estos días, las cadenas de mails que instan a no atender a los encuestadores se han vuelto moneda corriente. En los correos electrónicos se apunta que a los censistas no hay que detallarles los lugares de trabajo, filiaciones políticas ni opiniones acerca del gobierno. “Un censo es objetivo, por lo tanto no puede tomar respuestas subjetivas. Hay que negarse a todo lo que uno pueda intuir como de ‘interés gubernamental’”, indica el correo.

En los anónimos mails se recomienda que “sería más prudente recibir a los censistas en la calle porque puede ser aprovechado por los delincuentes para entrar y saquear”.

También hay cartas de lectores en los diarios que advierten que, en el mejor de los casos, sólo se está dispuesto a pasarle por debajo de la puerta al censista una copia de un formulario bajado de Internet.

No hay dudas de que este atávico miedo es una fantasía comparable al miedo a los fantasmas. Pero la fuerza de los fantasmas radica justamente en su irrealidad.

Los temores al censo –y su uso como arma de manipulación política–, son tan viejos como la historia de la humanidad: hace dos siglos, cuando el vecino Brasil abolió la monarquía e instauró la república (15 de noviembre de 1889), se produjo uno de los más sangrientos episodios de la incipiente república brasileña conocido como la Guerra de Canudos. El rechazo al censo ocupa un lugar central en esa historia que fue magistralmente narrada por Euclides Da Cunha en el clásico Los Sertones (1902), y recreada en clave de novela por Mario Vargas Llosa en La Guerra del Fin del Mundo, uno de los libros que más contribuyeron a que este año obtuviera el Nobel de Literatura.

En las áridas tierras de Bahía, habitadas por una población compuesta principalmente por antiguos esclavos libertos, apareció un predicador místico llamado Antônio Vicente Mendes Maciel, también conocido como “Antonio, el Consejero”, que deambulaba de pueblo en pueblo con sus seguidores. Para el Consejero, la separación de la Iglesia del Estado y la libertad de cultos eran impiedades inadmisibles para el creyente. Y cuando supo que se había entronizado el matrimonio civil, dijo en voz alta lo que los párrocos murmuraban: que ese escándalo era obra de protestantes y masones. Como también esas otras disposiciones extrañas, sospechosas, como el mapa estadístico, el censo y el sistema métrico decimal.

El Consejero le decía a sus fieles que la República quería saber el color de la gente para restablecer la esclavitud y devolver a los morenos a sus amos, y su religión para identificar a los católicos cuando comenzaran las persecuciones. Sin alzar la voz, los exhortaba a no responder a semejantes cuestionarios ni a aceptar que el metro y el centímetro sustituyeran a la vara y el palmo.

Para el Consejero, el Anticristo estaba en el mundo y se llamaba República. ¿Para qué podía querer averiguar la República la raza y color de la gente, sino para convertir otra vez en esclavos a los negros? ¿Y para qué la religión sino para identificar a los creyentes antes de la matanza?

La oposición al censo y al sistema métrico decimal formaba parte del juramento de los que se oponían a la República y querían retornar a la monarquía.

En dos siglos los pueriles argumentos de aquellos iluminados seguidores del Consejero y de sus actuales herederos no han cambiado demasiado. El fanatismo y los miedos irracionales conforman la base de su profesión de fe. Con las mismas falacias con las que hoy se atemoriza a la gente, se podría –por ejemplo– boicotear la colecta anual de Cáritas o las campañas de vacunación.

Pretenden generan una psicosis equivalente a la ocurrida en 2001 con los sobres supuestamente contaminados con antrax o a la más reciente causada por la irrupción de la gripe A, en la que también hicieron sonar las trompetas del Apocalipsis por una pandemia que nunca existió.

Bajo la perversa lógica de “cuanto peor, mejor”, hay quienes creen que podrían capitalizar políticamente una campaña de desobediencia civil al censo para convertirlo en una derrota del Gobierno.

FUENTE :Tiempo Argentino

No hay comentarios:

Publicar un comentario